Llegaron a las 18.30, media hora antes del horario anunciado para la apertura de la muestra de artistas censurados en la que se exhibían los dibujos de Alfonso Barbieri y la obra de Roque Fraticelli que Espina y los suyos no querían que se exhibiera. En defensa de "nuestra santa madre", decían, y con un argumento que no admitía razones: "Ofenden a mi madre", repetía Espina. "Ofenden a mi madre". Entre la entrada al subsuelo del Pabellón y la entrada misma al Pabellón se formó una especie de VIP para autoridades, periodistas, policías y sedevacantistas. El intercambio de opiniones tenía de un lado un monólogo efusivo en defensa de una manera de entender la fe que, para muchos, era poco más que incomprensible. Afuera, en la galería, comenzaron a agruparse quienes querían entrar a ver la exposición.

Eso no había conmovido a los fanáticos, o acaso había afirmado sus convicciones: estaban ahí para defender su fe. "Me estoy ganando la indulgencia divina –repetía otro de los manifestantes, conocido como "El gringo" Grosso– y mi pasaje a la vida eterna. No quisiera estar en el lugar de estos pecadores cuando les llegue la hora". Grosso señalaba a los que, fuera del Pabellón, presionaban para ingresar a la sala. Firmeza. Nadie abandonaba su lugar. Unos apostaban a la firmeza de sus creencias, en contra de los derechos de quienes querían ingresar. Otros apostaban al lento camino de las instituciones. Esperar la orden del fiscal, primero. Y luego, cuando la orden llegó pero Espina la desconoció, esperar al fiscal. La música de la burocracia: celulares que no dejan de sonar, explicaciones insuficientes. "Estamos esperando al fiscal", decían unos. "Somos esclavos de la Virgen", decían los otros.

Final pacífico .A las 21.05, finalmente, Julián Espina ordenó a sus seguidores destrabar el ingreso a la muestra. "Estoy avergonzado de ser argentino –dijo–. Es una vergüenza que este país no defienda a su santa madre". Salieron por la puerta del frente, entre algunos gritos. "¡Viva Cristo Rey!", decían los adultos. Algunos chicos encolerizados gritaron: "¡Los vamos a quemar a todos!". El ingreso del público a la sala fue entre aplausos, y la alegría de un acaso inesperado triunfo de la apuesta por la vía institucional. Scotto aseguró sentirse "satisfecha porque logramos abrir una muestra que apuesta a un debate abierto", y varios artistas recalcaron el apoyo de la UNC y la incondicionalidad que mostró la Casa de Trejo en su decisión de abrir la exposición.
Hacia las 22, todo estaba mucho más tranquilo, y los organizadores de la muestra celebraban el final de una pelea que supieron llevar con la tolerancia que el grupo religioso no demostró en ningún momento. El único diálogo posible fue a través de la Justicia. Finalmente, la paciencia y la presión de la gente abrieron más puertas que las que había intentado cerrar la intolerancia.
Fuente: http://www.lavoz.com.ar/defaultak.asp?edicion=/07/10/18/
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