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La paciencia le ganó a la intolerancia

Tras horas de tensión, en la UNC se abrió una muestra a pesar de la oposición de fanáticos religiosos. Como una estampa de la intolerancia, la imagen de los hermanos Espina y su pequeño grupo de seguidores parados, tomados de los brazos, en el acceso al subsuelo del Pabellón Argentina se mantuvo ayer durante poco más de dos horas frente al ingreso de la muestra que abría las Jornadas por la Libre Expresión en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Llegaron a las 18.30, media hora antes del horario anunciado para la apertura de la muestra de artistas censurados en la que se exhibían los dibujos de Alfonso Barbieri y la obra de Roque Fraticelli que Espina y los suyos no querían que se exhibiera. En defensa de "nuestra santa madre", decían, y con un argumento que no admitía razones: "Ofenden a mi madre", repetía Espina. "Ofenden a mi madre". Entre la entrada al subsuelo del Pabellón y la entrada misma al Pabellón se formó una especie de VIP para autoridades, periodistas, policías y sedevacantistas. El intercambio de opiniones tenía de un lado un monólogo efusivo en defensa de una manera de entender la fe que, para muchos, era poco más que incomprensible. Afuera, en la galería, comenzaron a agruparse quienes querían entrar a ver la exposición.
Separados del minúsculo grupo de fanáticos religiosos por una puerta de vidrio, comenzaron a pegar carteles con mensajes en contra de Espina, e improvisaron cruces invertidas hechas con cinta de papel. La imponente figura de los hermanos Espina abrazados frente a la escalera era tan perturbadora como la presencia de unos ocho niños, emocionados y firmes en su decisión de no moverse. Cinco adultos más los acompañaban, entre ellos un anciano que insistía en que alguien dibuje una cruz de seis puntas y una media luna árabe con ángeles orinando encima, "a ver qué pasa". "Si alguien dibuja una esvástica se arma un escándalo, porque atacan a los judíos, y cuando atacan a nuestra Virgen nadie dice nada", repetía. Unas horas antes la Justicia Federal había rechazado un recurso de amparo que solicitaba la suspensión de la muestra.
Eso no había conmovido a los fanáticos, o acaso había afirmado sus convicciones: estaban ahí para defender su fe. "Me estoy ganando la indulgencia divina –repetía otro de los manifestantes, conocido como "El gringo" Grosso– y mi pasaje a la vida eterna. No quisiera estar en el lugar de estos pecadores cuando les llegue la hora". Grosso señalaba a los que, fuera del Pabellón, presionaban para ingresar a la sala. Firmeza. Nadie abandonaba su lugar. Unos apostaban a la firmeza de sus creencias, en contra de los derechos de quienes querían ingresar. Otros apostaban al lento camino de las instituciones. Esperar la orden del fiscal, primero. Y luego, cuando la orden llegó pero Espina la desconoció, esperar al fiscal. La música de la burocracia: celulares que no dejan de sonar, explicaciones insuficientes. "Estamos esperando al fiscal", decían unos. "Somos esclavos de la Virgen", decían los otros.

Carolina Scotto, rectora de la UNC, encabezó las negociaciones que culminaron con la llegada de Enrique Senestrari, el fiscal federal de turno, pasadas las 20. Senestrari se reunió con los hermanos Espina. Julián no quería mantener ninguna conversación lejos de su hermano abogado. Rodeados de periodistas, discutieron durante más de 45 minutos. Parecía un choque de mundos irreconciliables: los sedevacantistas de la iglesia de San Pío X se negaban a dejar libre el paso a la muestra. Nunca amenazaron con tomar medidas más violentas que la propia obstrucción del paso –que asumieron como "una forma de violencia positiva", según Carlos Espina, el manifestante de mayor edad del grupo–, ni produjeron destrozos como los que cometieron en las instalaciones del Centro Cultural España Córdoba en junio de este año. Inconmovibles, repetían lo mismo cada vez que alguien se acercaba a preguntar por qué estaban haciendo eso: "¿Qué harías si entran a tu casa y orinan a tu madre?".

Final pacífico .A las 21.05, finalmente, Julián Espina ordenó a sus seguidores destrabar el ingreso a la muestra. "Estoy avergonzado de ser argentino –dijo–. Es una vergüenza que este país no defienda a su santa madre". Salieron por la puerta del frente, entre algunos gritos. "¡Viva Cristo Rey!", decían los adultos. Algunos chicos encolerizados gritaron: "¡Los vamos a quemar a todos!". El ingreso del público a la sala fue entre aplausos, y la alegría de un acaso inesperado triunfo de la apuesta por la vía institucional. Scotto aseguró sentirse "satisfecha porque logramos abrir una muestra que apuesta a un debate abierto", y varios artistas recalcaron el apoyo de la UNC y la incondicionalidad que mostró la Casa de Trejo en su decisión de abrir la exposición.
Hacia las 22, todo estaba mucho más tranquilo, y los organizadores de la muestra celebraban el final de una pelea que supieron llevar con la tolerancia que el grupo religioso no demostró en ningún momento. El único diálogo posible fue a través de la Justicia. Finalmente, la paciencia y la presión de la gente abrieron más puertas que las que había intentado cerrar la intolerancia.

Fuente: http://www.lavoz.com.ar/defaultak.asp?edicion=/07/10/18/

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