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Lo que nos queda por comprar

Reproducimos este excelente artículo de la periodista Rosa Bertino, publicado originalmente en la edición de hoy del diario La Voz del interior.
Las "grandes innovaciones" del futuro están pensadas para un consumismo analfabeto. Por Rosa Bertino.
Rosa Bertino - Periodista
“Yo no quiero volverme tan loco...”, cantaba Charly García allá por 1981. Aquella suerte de canción premonitoria o anhelo fallido hoy bien podría ser un anatema universal. Ante la situación, sólo nos queda oponernos tibiamente o resignarnos alegremente. La mayoría opta por lo segundo, aunque con matices personales. Hablar, escribir, opinar, rumorear y profetizar acerca de la crisis se ha convertido en un deporte.
Hacia el final de la charla, todos caemos en la remanida cuestión de que si la debacle es económica o moral, o ambas cosas a la vez. En realidad, lo que nadie se anima a preguntar(se), es si nos animaremos a vivir con menos.
No nos engañemos: para leche, pan, carne, verduras, un par de zapatos y una ida al cine nos alcanza, pero esta sociedad está construida sobre el consumo y difícilmente podrá prescindir de él. No sólo nos ha convertido en gastadores, sino que esa compulsión significa la subsistencia de quienes fabrican, publicitan o nos venden cosas generalmente superfluas.
Dantescas. Si por necesidad o desesperación usted tiene que ir a Falabella, Carrefour o Garbarino, por mencionar sólo tres referentes en electrodomésticos y todo-lo-que-vean-mis-ojos, se encontrará con un espectáculo formidable. Ahí se puede perder un chico, una pareja, la sonrisa y el sentido de la existencia.
Si el Dante viviera, al Infierno lo pondría en un centro comercial.
“¿No es que estamos en una profunda recesión?”, exclamó un viejito, desesperado por cerrar la compra de una heladera con el heroico vendedor disponible. En lo único que se percibe la recesión es en que muchos grandes negocios parecen haber prescindido aun más de cajeros, vendedores y atención personalizada. Las colas para pagar son agotadoras. Hay misterios cotidianos que jamás llegaremos a resolver, y que los economistas no aclaran porque sólo atienden a lo “macro”.
Desde el moisés. Este mundo no tiene la menor intención de cambiar, o la menor idea de cómo hacerlo. Los canales infantiles forman pequeños consumidores desde la cuna, y los acompañan en sus primeros pasos, primeros grados y primeros amoríos. Van creando una necesidad para cada etapa.
Antes, como mucho, un bebé usaba pañales hasta cerca de los 2 años. Hoy, como son perfumados y descartables, los usan hasta los 3 y hasta los 4 años, incluyendo a los hijos de padres ecologistas.
¿Con qué plata irán a pagar, las actuales generaciones, la cantidad ingente de gastos que genera este estilo de vida? ¿De dónde la van a sacar? Porque todo indica que nos queda muchísimo por comprar.
“Top five”. El gigante informático IBM anunció “cinco innovaciones” del próximo lustro. Si hay crisis, que no se note. Sobre todo, que no se note que en el futuro habrá muchos analfabetos y pocos teléfonos fijos, entre otras cosas.
Pero también hay buenas nuevas. 1) La tecnología solar permitirá absorber esa energía a través de pinturas, revestimientos, aberturas, vestimentas, etcétera. 2) El mapa genético nos dará un pronóstico sanitario individual, y un remedio a las enfermedades. 3) Internet oral. No hará falta aprender computación; ni siquiera saber teclear. Con la voz alcanzará para hacer órdenes de compra, mandar mensajes, etcétera. Los VoiceSites serán una cruza de banda ancha con telefonía celular. 4) Asistentes digitales. El viejito de marras ya no tendrá que ir a lidiar a un local superpoblado. Tampoco hará falta un vendedor de carne y hueso. Uno virtual lo asistirá por la Red, sin moverse de su casa. 5) Memoria registrada. Todo lo que hagamos será grabado por dispositivos minúsculos y mucho más inteligentes que nosotros.
A esto último, como a tantas cosas, lo vaticinó Ray Bradbury hace medio siglo, en Fahrenheit 451. Linda se emocionaba tanto cuando la televisión se dirigía a ella por su nombre. Afuera quemaban libros porque, para hablar con la pantalla, Linda no necesitaba saber leer.

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