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Primer día de clases

Por Martín Passini*
Desde hace un par de semanas, nuestra escuela, al igual que todas las instituciones educativas del país preparaba el comienzo del nuevo ciclo educativo. No se trataba sólo de pintar y decorar salas o sectores de juegos, sino de planificar estrategias que permiten que cada aula sea un encuentro único y fructífero entre docentes y alumnos. Un encuentro para aprender del otro, construir conocimientos y crecer compartiendo la vida. Esto debiera ser no sólo modelo de educación, sino la vida misma en sociedad.
Nuestra escuela y muchas otras prepararon el inicio de las clases, con la certeza de que tanto la educación como la vida en sociedad, está bien lejos de posibilitar ese encuentro. Con la sensación de estar muchas veces hablando un lenguaje que no es compartido por los responsables de garantizar el derecho a la educación. Así comienzan, año a año las clases.
Ya se nos ha hecho costumbre que las clases no comiencen cuando dicen que comienzan. Que se reiteren las deficiencias presupuestarias históricas, la clásica apatía e indiferencia con que la sociedad ha desvalorizado el trabajo de enseñar, la multiplicidad de necesidades (sociales, nutricionales, etc.) de los alumnos que las escuelas, como pueden, terminan atendiendo y una larga lista de problemáticas modificables, históricas y enraizadas pero que no deben naturalizarse.

¿Qué es educación?
Quizás, las distintas problemáticas que vive hoy la educación y las escuelas tengan la misma raíz en una idea implantada de educación. El desmantelamiento de décadas de la escuela pública, el vaciamiento de contenidos y recursos, la falta de una mirada integral de la educación para la vida, la desvalorización social de los contenidos y su valuación comercial, la tremenda desigualdad entre escuelas ricas y pobres, entre muchos otros factores, responden a un modelo, a políticas implementadas durante décadas que no han sido para nada inocentes.
Si pensamos que educación es la forma en que los niños, niñas, jóvenes y adultos pueden ser libres e iguales, seguramente no estaríamos transitando este modelo de "educación" que más se parece a un modelo de exclusión, de categorización y estigmatización y control social.
Cuando las políticas implementadas en los 90, hablaban de autonomía en cada escuela, que desarrollaban sus PEI y contenidos sin mayores injerencias estatales, se las abandonó a las presiones de un mercado cada vez más excluyente y cerrado, que exigía que la escuela inculcara normas y hábitos esperables de futuros “consumidores líderes”, de trabajadores flexibilizados y de excluidos resignados y adormecidos.

La supuestamente esperada diversidad que resultaría de que cada escuela enseñara de acuerdo a las necesidades del entorno, a la comunidad más cercana y significativa para los alumnos, no se logró, sino más bien todo lo contrario. Contenidos, currículas y pedagogías se reiteraron como recetas, intentando vender la "mejor calidad educativa", mientras otras no sabían o no podían responder con alternativas a la presión presupuestaria.
Por eso, muchas de las ideas, voluntades y deseos impresos en los Proyectos Educativos Institucionales no lograron concretarse en una realidad que hacía inviable cualquier transformación. Esa realidad ha calado hondo en el sistema y la comunidad.
La concepción de la educación como un negocio y la cultura como mercancía, la superpoblación de algunas escuelas, las exclusiones de los niños y niñas que no encajan dentro del "tipo ideal” de educando, la constitución de ghettos en los colegios es una realidad en línea con la globalización y la homogeneización cultural más fuertemente impulsada por el poder económico y político a nivel mundial.
Mientras tanto, cabe la resistencia, persistencia, voluntad y coraje de docentes, de padres y madres que junto a sus hijos entienden la calidad educativa como un derecho y la escuela como un segundo hogar.

La diversidad no es un concepto abstracto o una palabra de moda para un eslogan, se concreta cuando deja de verse al diferente como una carga, como alguien que “retrasa al resto” en la carrera hacia quién sabe donde; y se entiende que la diferencia es riqueza, es posibilidad de aprendizaje para todos, para el resto. Para ser más tolerantes, para aprender a vivir mejor, para la buena vida, como dicen los pueblos andinos.

Una sociedad que no valora a la educación, que no valora a sus maestros, que no ve en alumnos no sólo el futuro, sino el presente, poco tiene de sociedad. Por eso, en este año en que la educación que brinda APADIM cumple 40 años, intentaremos aportar nuestro granito de arena, reivindicando un modelo más justo y humano. Desde este primer día de clases.
*Comunicación Institucional
APADIM Córdoba

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