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Hallan familias aborígenes en la ciudad.

Son siete familias descendientes de comechingones que aún habitan parte de las tierras de sus ancestros, en Alto Alberdi.
"En lo poquito que nos dejaron, ahí estamos con mi hermana", cuenta Lucía Villarreal (50 años), que con su hermana Vicenta (55 años) vive en barrio Alto Alberdi, en la tierra que habitaron sus ancestros comechingones desde antes de la llegada de Jerónimo Luis de Cabrera.
Esa zona cercana al cementerio San Jerónimo antes se llamaba El Pueblito de la Toma, porque allí se construyó una toma de agua en el río Suquía y una acequia para regar la quintas de la zona.
"Se decía que el trabajo fue hecho por diaguitas. Pero lo que está acreditado es que fueron los comechingones que habitaban allí los que hicieron la acequia", cuenta el padre Horacio Saravia, director del Centro de Investigación del Instituto de Culturas Aborígenes.
Saravia y el resto de los investigadores descubrieron siete familias descendientes de comechingones que aún habitan los terrenos de sus ancestros. Los nombres de las familias son: Canelo, Acevedo (descendientes del famoso curaca Lino Acevedo), Cortés, Villafañe, Tobares, Iriarte y Villarreal.
"Nos sorprendió que las familias conocían ya su pasado aborigen. Lo tenían bien callado por la humillación que sufrieron. Por tradición oral, fueron transmitiendo su historia y cultura", relata Saravia.
Este relato oral fue corroborado en los archivos históricos del Arzobispado y de Catastro de Córdoba por el grupo de investigación. "Esto rompe con la idea de que en la ciudad de Córdoba no hay aborígenes y hace repensar la currícula oficial que dice eso", asegura Saravia.
Vicenta y Lucía recuerdan el relato de su abuelo y bisabuelo sobre su cultura, pero también recuerdan cómo eran discriminadas. "Teníamos varias manzanas, ahora no nos dejaron nada. Había unos toldos donde vivían mis abuelos. En la escuela se nos reían siempre porque nos ataban las trenzas largas", dice Lucía.
Vicenta tuvo a sus 13 hijos por su cuenta, según la tradición aborigen. "Me hacía controlar en el hospital, pero los tenía yo sola. Me ponía en cuclillas y recibía al niño en mis manos. Lo ponía en la cama, medía con los dedos el cordón porque si no me iba a desangrar, ataba el nudo y lo cortaba. Después ponía la placenta en un frasco para ir al hospital y que no crean que me había robado el chico", relata.
Todo esto lo aprendió de su abuela. "La abuela Lola se iba atrás de un árbol donde había un banco de tronco. Y así paría. A veces nos llevaba a nosotras para ayudarla", narra Lucía.
La historia de los Villarreal está unida al río. "Nos lavábamos, cocinábamos, hacíamos fuego y pescábamos anguilas. A veces voy con mis hijos. Antes iba con mi papá. Metíamos la mano en la orilla, donde hacen los huecos. Tenés que meter el dedo y te lo chupan. Las hacíamos en escabeche o guiso", cuentan.
Y agregan: "En el río también juntábamos yuyos para curar el empacho. ‘Los siete tés´ tenía ruda hembra, ruda macho, orégano, poleo, cedrón y romero".
¿Y cuánta tierra tenían? "Hemos tenido mucha tierra. Nunca me olvido de lo que me decía mi bisabuelo: ‘Mire mi (por m´ hija), todo eso de allá es nuestro. La tierra no se terminaba, teníamos dos manzanas, salida al río y salida para los dos lados", cuenta Lucía.
Junto a Vicenta y sus familias ahora viven en un terreno de siete por 12 metros en el pasaje Vicente Peña, que está entre Humberto Primero y Tablada, pasando el cementerio.
"Sabían venir muchos hombres. Mi abuelo, cuando los veía, nos hacía esconder en unas cuevas cerca del río. Yo pienso que era la gente que nos ha robado la tierra", recuerda Lucía.
Por aquella época, agrega Saravia, los habitantes de El Pueblito de la Toma resistían los desalojos, pero eran echados con la Policía. Las tierras fueron expropiadas por el Estado y vendidas a los amigos del gobernador de turno.
"Hasta el día de hoy en el barrio, algunos vecinos dicen: ‘Ahí va la colorada comechingona´. No podíamos jugar con otros chicos. Íbamos a sacar agua de la canilla pública y todos salían corriendo. Nos tiraban piedras en las fiestas", cuenta Lucía
"A los hijos le contamos todo. Se tienen que sentir orgullosos de que son descendientes de comechingones", dice Vicenta, quien participó junto a su hermano en los contrafestejos por el Descubrimiento de América realizados ayer.
Esta semana, Vicenta hizo pública su historia por primera vez ante 400 personas que la ovacionaron de pie en un congreso de culturas aborígenes. Ella dice que también, por primera vez, se sintió reconocida y valorada.
Fuente:http://www.lavoz.com.ar/defaultak.asp?edicion=/07/10/12/

1 comentario:

Unknown dijo...

HOLA, SOY UNA MAMA DE CORDOBA QUE ESTOY AYUDANDO A MI HIJO Y A SU GRUPO DEL 4 º GRADO A REALIZAR UN TRABAJO SOBRE ABORIGENES DE CORDOBA, Y LA VERDAD QUE CON MUCHO AGRADO HE LEIDO LA NOTA SOBRE LOS DESCENDIENTES DE LOS COMECHINGONES EN ESTA CAPITAL- GRACIAS POR RESPETAR A NUESTROS ANTIGUOS MORADORES- ANA SILVIA CARDAMA-

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