Por Antonio Mitre*
En el mar de incertidumbres en que nos encontramos inmersos en
el mundo de hoy
tenemos una sola certeza, que estamos viviendo un cambio de
época, que
las retroalimenta. Como en todo fin de época o comienzo de una
nueva
se produce una
ola de cambios que no sólo son vertiginosos y nos sorprenden,
sino que también
son tan profundos y diversos que nos conmueven, confunden y
atemorizan. A
enorme velocidad están mutando valores, costumbres,
creencias,
conceptos, muchos empujados por los avances tecnológicos, que
van desplazando a escala global las diversas culturas y reemplazandolas
por la cultura unica del consumo. Esto
estremece y
altera las bases, sobre los cuales la sociedad que conocemos se
fue
construyendo y nosotros estructurando nuestras vidas. Sin juzgar
sobre la
naturaleza positiva o negativa de estos cambios, debemos aceptar
que muchos de
ellos resultarán a la
postre
irreversibles, y que los cimientos sobre los cuales nuestros
hijos edificaran
su vida serán muy diferentes a los nuestros.
De la misma manera es tan
contraproducente frente a
la ola de cambios, cerrarse y negarse a ultranza a los mismos,
como consumirlos
"acríticamente" sin digerirlos. El punto es tener la sabiduría y
el
equilibrio suficiente para poder navegar sobre esta "briosa"
ola sin resignar nuestra esencia humana e identidad y
aprovechando los aspectos
positivos que nos ofrece.
Esta "ola" ha embestido el edificio del complejo mundo de la discapacidad intelectual, reemplazando bruscamente viejos paradigmas por otros novedosos que transforman la mirada hacia el individuo con discapacidad, desde aquellas que lo concebían como un ente sin derechos, ni capacidad para ejercerlos, por quien las familias, los profesionales, las instituciones, la sociedad y el estado tomaban decisiones en base a lo que consideraban es “lo mejor para él”, por una concepción de “persona con discapacidad” construida sobre la base del reconocimiento y respeto de la persona plena de dignidad y derechos, y de la discapacidad como resultado de la relación de estas personas con una sociedad que al no estar construida para todos, levanta barreras que resultan en limitantes a la participación real de estas personas.
Esta "ola" ha embestido el edificio del complejo mundo de la discapacidad intelectual, reemplazando bruscamente viejos paradigmas por otros novedosos que transforman la mirada hacia el individuo con discapacidad, desde aquellas que lo concebían como un ente sin derechos, ni capacidad para ejercerlos, por quien las familias, los profesionales, las instituciones, la sociedad y el estado tomaban decisiones en base a lo que consideraban es “lo mejor para él”, por una concepción de “persona con discapacidad” construida sobre la base del reconocimiento y respeto de la persona plena de dignidad y derechos, y de la discapacidad como resultado de la relación de estas personas con una sociedad que al no estar construida para todos, levanta barreras que resultan en limitantes a la participación real de estas personas.
Ha hecho que aquel objeto
dócil de las
decisiones y deseos de otros, ceda paso a un sujeto que
quiere y puede
con sus decisiones ser artífice de la construcción de su propia
vida. Persona
que no sólo demanda por sus derechos y no ser sustituda, por un lugar visible en
la sociedad y en
los terrenos de la educación y el trabajo, sino también los
apoyos necesarios
para poder desarrollar a pleno todas sus potencialidades que
pueden alcanzar
niveles que nosotros antes no imaginábamos.
Los últimos ocho años de este siglo
XXI , son el
tiempo en que el modelo social sostenido en la
Convención Internacional
sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, ha tomado
por
"asalto" el edificio de la discapacidad y está empujando sin
concesiones al modelo médico rehabilitador que por muchos años
ha signado la
vida de las personas con discapacidad, para reemplazarlo de
manera integral e
inexorable en todos los terrenos y ha logrado impactar fuerte y
positivamente
en la visión y en las representaciones que la sociedad tenía
sobre la
discapacidad.
El modelo social es el nuevo
paradigma que está
atravesando el mundo de la discapacidad y sus institutos, no sin
encontrar en
sus distintos planos y estamentos fuertes resistencias al cambio
que propone,
no sólo por el miedo natural a las transformaciones, a lo nuevo,
sino también
por la fuerte impronta que aún tiene en ellos la matriz
intelectual,
profesional, "cultural" del viejo modelo médico rehabilitador
que los
ha forjado por décadas.
Por eso en estos tiempos la escuela
especial que ha
sido uno de los institutos más importantes de este viejo modelo,
que la ha
inspirado, se encuentra fuertemente sacudida hasta sus
cimientos por el
nuevo paradigma que la interpela y la cuestiona profundamente
por su rol y
objetivos. Por su inspiración la escuela especial fue pensada
de manera
excluyente desde la discapacidad y el diagnóstico médico que
condena, y no
desde la persona y sus necesidades para desarrollarse.
La escuela especial en el viejo
modelo tiene
asignado el rol de contención; contener a seres
"pasivos",
objetos de teorías académicas, de definiciones arbitrarias y
decisiones de
otros, sin la suficiente capacidad para aprender, para decidir
por sí y que es
sustituido como persona para poder ejercer sus derechos. Ha sido
una escuela
muy centrada en trabajar sobre hábitos, conductas y
comportamientos; demasiado
"regimentada" por la idea del déficit y del que no puede aprender.
No
ha estado cruzada por actividades pedagógicas, ni por el
desarrollo de
creativas e innovadoras técnicas didácticas, ni su objetivo
principal ha sido
el de una escuela, enseñar y alfabetizar a sus alumnos.
Los nuevos paradigmas que hacen que
la persona con
discapacidad emerja como ciudadano, un activo sujeto de
derecho, que
demanda aprender, decidir y que "pretende" construir su propia
vida,
le modifican radicalmente a la escuela especial sus antiguos
objetivos y
significantes y la colocan en una profunda crisis de
identidad.
Para poder superar su crisis y el
cuestionamiento social, la vieja escuela especial tiene que
evitar encerrarse
en sí misma y debe tratar de repensarse desde una profunda
autocritica para
reconvertirse simplemente en ESCUELA con todo lo que esto
representa. Este sería
el mejor servicio que puede ofrecerla a la discapacidad.
La escuela especial para estos
tiempos tiene que
pensarse como un espacio de valor educativo y, con el rol
pedagógico que
debe tener, como un lugar donde niños, adolescentes y jóvenes
con discapacidad
intelectual van a estudiar y aprender, a empoderarse de la mayor
cantidad de conocimientos
que puedan multiplicar sus opciones para lograr integrarse y participar en la sociedad
de manera plena,
digna y sin menoscabos. También deberá entender que para ser
escuela no alcanza
con exhibir un "proyecto educativo" sino que además le hace
falta
contar no sólo con una currícula que oriente su actividad
académica, sino también
con los planes de estudios específicos construidos con las
mismas materias de
la escuela común, con adaptaciones o adecuaciones metodológicas
y sin
arbitrarios recortes de contenidos. Igual que ésta, deberá tener
los mismos
niveles (inicial, primario, y secundario con sus ciclos básico y
orientado),
que son las etapas que van marcando el recorrido educativo de la
persona y que
como tal debe tener terminalidad, al ser su objetivo inexcusable
la alfabetización
de sus alumnos y la certificación de la misma. Y un estado
presente, que no sólo
supervise el ingreso y el tránsito de los alumnos en todos los
niveles, sino
que también que exija a la escuela dar cuenta de lo que enseña y aprenden sus alumnos. Sin cumplimentar
estos
"requisitos", la modalidad y la escuela especial carecen de
legitimidad
educativa y no tiene razón de ser su pertenencia al sistema
educativo.
Algunos podrán decir que lo que
expongo es una
"utopía", algo imposible de alcanzar por las dificultades o
imposibilidades
"propias" de la discapacidad. En cambio yo creo que la escuela
especial está en condiciones, si se lo propone, de acometer este
desafío porque
cuenta con suficientes recursos humanos calificados para brindar
el entorno
adecuado a estos complejos procesos de enseñanza y aprendizaje,
en términos de
multiplicidad de apoyos y de tiempos, y convertirse en un sitio
donde estos
niños y jóvenes puedan aprender a pensar y se los ayude a
desarrollar su
inteligencia. Un lugar donde el cuerpo profesional sienta que
los alumnos
necesitan que se levante mucho la vara de la exigencia que hoy
está casi por el
piso para "percibir a la escuela como un lugar en el que la
felicidad
sea casi un eje temático donde el conocimiento es parte de la
felicidad, porque
nos permite ser parte, interactuar, aportar y ser autónomos".
La escuela especial cuenta con
abundancia de
medios y talentos para realizar esta misión que la transforme en
una verdadera
escuela inclusiva. Pero necesita incorporar un insumo esencial
del que hoy
carece: vocación y pasión por enseñar.
Mientras, el sistema educativo
tratando de
"capear" los desafíos de los nuevos paradigmas y el creciente
descredito social como espacio de enseñanza y aprendizaje de la
escuela
especial, pone un fuerte énfasis en la inclusión educativa, al
mismo tiempo que le recorta a aquélla niveles y contenidos y le suprime planes
de
estudios, terminalidades y certificaciones, asignándole nuevos y
confusos roles
como el de la "transversalidad educativa" (¿?) y reasignando y
poniendo un "vigoroso" acento en el "nuevo y viejo" rol de
la formación laboral, de manera casi excluyente. Esto está
revelando todo un
concepto, que es que la persona con discapacidad intelectual es
"refractaria" al estudio, a la adquisición de conocimientos y a
procesos complejos de enseñanza y aprendizaje y por lo tanto
solo hay que
prepararla para el trabajo. Como si no se pudiera superar la
creencia en el
viejo y ya superado mito de la "incompatibilidad" entre la
"cabeza" de una persona con discapacidad y la incorporacion y construccion de conocimientos. De esta forma no sólo
se "banaliza"
el profundo sentido del trabajo, sino también se simplifica el
complejo proceso
de integración laboral que necesita de tiempo y de una persona
que entre
otras condiciones reúna dos que son imprescindibles: autonomía y
ser capaz de
tomar decisiones. Esto solamente se adquiere a través de la
asimilación de
conocimientos en un trayecto educativo en serio. Nadie puede
trabajar con las
manos si no sabe utilizar la cabeza.
Como vemos la escuela especial se
debate entre continuar
siendo un dispositivo "aggiornado"
del viejo modelo médico rehabilitador, aceptando los muros que
se construyen a su
alrededor que la encierran sobre sí misma y la hacen retroceder
años, poniendo
en riesgo su propia existencia o superar su crisis tratando de
salir por arriba,
abriendo sus puertas y ventanas a los vientos "vivificadores" de
los
nuevos tiempos para, desde una sincera autocritica,
reconstruirse como escuela
sin ningún aditamento.
El destino de la escuela especial
está en manos de
todos sus integrantes, quienes deben saber que no se puede
detener el curso del
agua y del viento.
"...la tarea del docente que también es aprendiz, es
placentera y a la
vez exigente. Exige seriedad, preparación científica,
preparación física, emocional,
afectiva. Es una tarea que requiere de quien se compromete con
ella un gusto
especial de querer bien, no solo a los otros sino al
propio proceso que
ello implica. Es imposible enseñar sin ese coraje de
querer bien, sin la
valentía de los que insisten mil veces antes de
desistir. Es imposible
enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de
amar". Paulo
Freire
*Merched Antonio Mitre
Padre y médico
APADIM Córdoba
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